domingo, 4 de noviembre de 2012

Count your fingers





Se derretía. Se deshacía. La red que le sujetaba a su pequeña existencia se desvanecía poco a poco, al mismo ritmo que moría cada noche de camino a casa, cada nota tejida en tantos bares, tantas noches y cada noche. No quedaba ni un minuto, ni una sola esquina, ni una sola estrella. Ni siquiera quedaba comida en la nevera. Por el día sonreía porque estaba sola y le susurraba a su guitarra cada compás de su vida entre humo y pinceladas, pero con detalle, con la emoción de quien vuelve del cine. Una película absurda y sin director. Por la noche, sus botas marcaban el paso y la música…la música no marcaba nada, simplemente fluía bajando por su espalda como una gota fría de sudor. Los problemas se solucionaban y el dinero caía cada vez que ella volaba a un frío escenario cada viernes. Todo aquello no era mucho, en absoluto; simplemente suficiente. Sus alas se atrofiaban y la jaula se le quedaba pequeña. Contaba los segundos que le quedaban hasta llegar hasta las estrellas, donde solo se oía su voz y su guitarra, y un silbido, como un hilo, que le marcaba el camino de vuelta a casa.






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