El otoño se asomaba cada vez más entre los atardeceres y lo
sabía porque los días cada vez eran más cortos y las noches mas largas. Le
gustaba su manera de mirarle y la forma en la que brillaba su pelo al sol. Él
lo sabía. Lo supo el día que la vio correr por los campos de girasoles de su
madre y se juró a si mismo que hasta su último aliento le pertenecería. Y fue con
un atardecer de agosto que llovía en el horizonte cuando descubrió sus pecas
favoritas en todo el universo. Por eso el día que él tuvo que irse, ella no le
besó por última vez, porque mientras él le prometía que volvería, la verdadera mentira
le susurraba al oído palabras que le quemaban. Por eso, él lloraba cada noche,
porque ella le faltaba y ella luchaba con cada día con la esperanza cantándole
sobre su hombro que él volvería a por su último beso. Y él lo esperó mientras
la recordaba corriendo por los girasoles de Illinois con ese vestido azul que
tanto le gustaba y para acariciar los rayos de sol de su pelo antes de
marcharse.
WAU... estoy sin aliento.
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