sábado, 12 de mayo de 2012

Ode to the Seasons


Autumm nació muy pronto, en Septiembre. Le gustaba trepar a los árboles para hacer caer las hojas. Su color favorito era el marrón. Siempre tuvo ese aire bohemio que le hacía teñir los bosques de amarillos, verdes, granates y marrones de todas las tonalidades. Y ese otro de Marilyn que hacía parecer que irradiaba calor y humo. El viejo Summer con sus rayos solitarios, se enamoraba cuando la veía. Su brisa no podía domar a Autumm, porque era caprichosa e inteligente, y su pelo rojo recordaba a un fuego que Summer echaba de menos. Y Summer fue muriendo a sus pies mientras caían todas las hojas en los bosques y las setas asomaban su cabecza. Aquel año, Autumm no hizo esperar: a finales de octubre hizo sacar los abrigos de los armarios. Solía vengarse de Summer con largos días de lluvia y vientos que doblaban las ramas de los árboles y los paraguas. Era fuerte y astuta. Era Autumm. Cuando el frío era tan insoportable que temblaban las rodillas y no se podían ver las estrellas, Autumm supo que no era la última. Winter apareció una noche de diciembre. Con alas de hielo y nieve, como una rapaz, calculador. Fue helando el corazón de Autumm, que le supo a fuego de chimenea y a hojarasca. Sintió pena. Pero convirtió el arrepentimiento y la pena en frío de diciembre y en copos de nieve de largos días de Enero. Su mirada helada hacía esconderse a todo el mundo de él y él, escondido por el mundo a veces, se sentía solo. Spring llegó justo a tiempo, transformando las últimas nieves de Winter en arroyos, y las ramas secas de los almendros, en yemas tímidas. Con su aliento que olía a flores y tímidos rayos de sol, Spring conquistó a Winter. Le susurraba palabras de amistad y de vida, y el gélido Winter se derritió ante el aleteo de Spring y sus ojos de color rosa. Ella, por alguna razón sentía que algún día volvería a verle. Y con el impulso que había derretido al viejo helado, adornó los valles de hierba y de flores, los jardines de pétalos; rejuveneció los árboles y el corazón de los enamorados y compuso nanas de deshielo en lo alto de las montañas, despertando a los dormilones, y melodías de rayos de sol para los que temblaban de frío. Supo que tenía que irse cuando el calor empezó a marchitar las flores y se apagaron las lluvias. Summer se acercó a ella como un niño inocente, con su brisa cálida y su mirada frutal y playera. Sin embargo, fue él el que al mirarla, no quiso venir, sino quedarse con las lluvias de abril y las flores de Mayo para siempre, de la mano de Spring. Y ella la que no le dejó. Quiso irse entre pétalos y rayos de sol, vestida de aromas, tal y como había venido, y Summer la lloró algo, pero no demasiado. Romántico, Summer decidió convertir sus flores en frutos para recordarla. Pasaba las tardes alargando los atardeceres en tonos rojos y tiñendo las nubes de rosas en su honor; jugando a quemar a los guiris en las playas y a hacer brillar las aguas para que se bañasen los niños. Entre sus pasatiempos favoritos estaban los castillos de arena y las meriendas en el jardín. Y poco a poco, lo fue notando. Llegó un momento que no pudo alargar mas los atardeceres y las noches se hacían mas largas. Los frutos caían. Las familias huían de los campings y de la playa. La echaba de menos. Envejecía. No quería irse. Mientras el frío apagaba su sonrisa y él se agarraba al último rayo de sol, ella entró. Dejó una estela de fuego y el recuerdo rojo de unos ojos acaramelados. Summer voló en la nostalgia, mientras esperaba algo que no iba a encontrar; cayó en sus brazos sin saber que en ella, su caída sería definitiva.


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