Melody is in love and the Sky
Me senté en frente
suyo, en la alfombra, y simplemente esperé. Dejaba que las notas se deslizaran
sobre la guitarra para luego atraparlas de nuevo en un golpe seco. Era bonito.
Era bello. Comenzaba a construir una melodía alegre, como folk muy armónico o rock muy suave. Era precioso. Parecía como si la melodía prometiera cosas que
la letra no podía cumplir, pues no podía mentir. Se elevaba hasta lo más alto y
luego caía hasta estar a centímetros del suelo. Las palabras se me antojaban
llorosas y de repente me di cuenta que era la primera vez que le oía cantar. Su
voz era como ronca, pero esponjosa como el algodón. Hablaba de la tristeza, de
la rutina, del tiempo. Y me di cuenta entonces de lo que significaba aquello:
su cuarto lleno de posters, su guitarra él y yo. Y él, gritándome en susurros
musicales lo que le ocurría por dentro, lo que se cocía en su interior, de un
Mario que no conocía y que llevaba tiempo deseando descubrir. Y yo, como una
tonta sonriendo porque la melodía tenía pinceladas chisposas. Cuando se
desvaneció la música, me sentí vacía y aliviada; echaba de menos esa parte de
él, como al sol por la noche, pero el descubrimiento valía la pena. Me miraba
desde la cama y sentí como su mirada fluía a través de mis pensamientos. Me levanté
para besarle y pude sentir como sonreíamos los dos en una afirmación
silenciosa, un si camuflado, a nosotros, a ambos.
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