lunes, 2 de julio de 2012

Melody is in love and the Sky


Me senté en frente suyo, en la alfombra, y simplemente esperé. Dejaba que las notas se deslizaran sobre la guitarra para luego atraparlas de nuevo en un golpe seco. Era bonito. Era bello. Comenzaba a construir una melodía alegre, como folk muy armónico o rock muy suave. Era precioso. Parecía como si la melodía prometiera cosas que la letra no podía cumplir, pues no podía mentir. Se elevaba hasta lo más alto y luego caía hasta estar a centímetros del suelo. Las palabras se me antojaban llorosas y de repente me di cuenta que era la primera vez que le oía cantar. Su voz era como ronca, pero esponjosa como el algodón. Hablaba de la tristeza, de la rutina, del tiempo. Y me di cuenta entonces de lo que significaba aquello: su cuarto lleno de posters, su guitarra él y yo. Y él, gritándome en susurros musicales lo que le ocurría por dentro, lo que se cocía en su interior, de un Mario que no conocía y que llevaba tiempo deseando descubrir. Y yo, como una tonta sonriendo porque la melodía tenía pinceladas chisposas. Cuando se desvaneció la música, me sentí vacía y aliviada; echaba de menos esa parte de él, como al sol por la noche, pero el descubrimiento valía la pena. Me miraba desde la cama y sentí como su mirada fluía a través de mis pensamientos. Me levanté para besarle y pude sentir como sonreíamos los dos en una afirmación silenciosa, un si camuflado, a nosotros, a ambos.

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