domingo, 13 de mayo de 2012

tintineo de la soledad.



Cuando Lisa se marchó era sábado. Parecía una broma macabra, pero llevaba el vestido verde que se había comprado conmigo. Y yo solo podía sonreír al verla en aquella salita de la tienda bailando para mí tras la cortina. Un perdón, un beso y un adiós. Creo que es mejor torturarme recordando la última sonrisa que me regaló, que empezar a hacerme preguntas poco constructivas sobre sus verdaderos sentimientos desde aquel “Close to Me”. Sinceramente, debería haberlo sabido. Para ser exactos, creí que me necesitaba más. Nunca compuso una canción para mí. Nunca se saltó un semáforo para correr a abrazarme. Y sobre todo, no sonrió el otro día cuando la invité a tortitas y le dije que quería engordarla, como siempre. Y lo peor es que no he sabido verlo. Maldito idiota. Otra vez, justo cuando creía que era ella. No, lo peor es lo que me queda esperar, que es nada. Solo acordarme de sus rizos de color almendra en primavera. Y de sus pequitas. Y yo, vagando en pena, escondiendo las lágrimas y lanzando los brazos alrededor de Paris.



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